Sospechamos que una discusión tiene poco de racional cuando se acusa al mismo tiempo a alguien –o algo– de una cosa y la contraria. El capitalismo produce pobreza, repiten contra toda evidencia los anticapitalistas.
Y reduce a las masas al consumismo, agregan sin notar que ambas cosas al mismo tiempo y para las mismas masas, son materialmente imposibles. De una parte creen que pueden seguir disfrutando los frutos de una compleja economía de mercado, de la otra los declaran inútiles, prescindibles e innecesarios para una buena vida.
Suelo preguntar a quien declara, innecesarios los logros científicos y tecnológicos inseparables del sistema capitalista en que fueron descubiertos y masificados. ¿Cuál sería la primera vez en su vida que debió tomar antibióticos? Porque en ausencia de capitalismo hasta ahí habría llegado su vida. No abandonamos un paraíso natural contemplativo para hundirnos en la revolución industrial.
Emergimos dolorosamente de la secular miseria, suciedad y enfermedad para ver surgir ante nosotros una prosperidad que jamás habríamos podido diseñar y jamás podríamos planificar centralmente. Dependemos de procesos espontáneos de selección adaptativa que para nuestra bendición hacen capitalismo.
El economista Ludwig von Mises aclaró en La mentalidad anticapitalista el mito en que se empeñan quienes “aborrecen apasionadamente al capitalismo. Como lo ven (…) Los hombres alguna vez fueron felices y prósperos en los buenos viejos tiempos anteriores a la ‘Revolución Industrial’. Ahora, bajo el capitalismo, la inmensa mayoría son indigentes hambrientos explotados sin piedad por individualistas duros. Para estos sinvergüenzas nada cuenta sino sus intereses adinerados. No producen cosas buenas y realmente útiles, sino solo lo que producirá las mayores ganancias. Envenenan cuerpos con bebidas alcohólicas y tabaco, y almas y mentes con tabloides, libros lascivos y tontas imágenes en movimiento”.
El problema, no se limita a que pretendan que sus preferencias estéticas tengan valor objetivo universal, imponiéndose al resto –única forma de materializar lo que proponen– sino que culpan a unos por producir lo que otros demandan.
Es cierto que nada de legítimo tiene un asesinato aunque exista un mercado de asesinos a sueldo, pero el asunto del daño es quien se lo infringe a quien. Quien voluntaria –y empeñosamente– se daña a sí mismo no puede ser perseguido como quien daña a terceros inocentes.
Aquello que ciertos intelectuales consideran deleznable y monstruoso –y suelen calificar de veneno moral e intelectual– rara vez ocasiona daño conocido, simplemente difiere de sus dudosos –y frecuentemente muy dañinos– gustos. Y el capitalismo, no solo es un sistema de producción en masa para las masas. Lo que de suyo está entre sus virtudes. Es un proceso abierto permanentemente a cualquier nicho de demanda, incluidos los más pequeños y diferenciados.
El capitalismo ofertará a cada cual lo que quiera –y buscará hacerlo por cada vez menos– siempre que un empresario encuentre la manera rentable de hacerlo. El capitalismo me ofrece en línea las mejores orquestas del mundo tocando a los grandes maestros del barroco mientras escribo. A otros música que no me gusta. Escuchar hoy música en línea es tener acceso a una selección gratuita casi infinita. De todo y para todos. Y eso es el capitalismo.
La producción en masa empieza con cierto grado de estandarización. Empieza con el “modelo T en cualquier color, siempre y cuando sea negro”. Pero llega a automóviles personalizados al alcance del público general.
Si no le gusta lo que la gente demanda, no culpe al capitalismo. Culpe a la gente. O mejor, a su propia arrogancia. Porque dentro de lo razonable –donde las diferencias de gustos se expresan normalmente– nada le impide demandar lo que Ud. prefiere. Nadie le obliga a consumir los gustos de los demás ¿Por qué habría los demás de ser obligados a los suyos? A algunos les indigna que la tendencia, sea determinada finalmente por el hombre común. No por autodenominadas élites ilustradas. Pero los gustos y preferencias de las elites, sus estilos de vida y sus resultados están a la vista de las masas. Si les atraen las copian. Sino, no.
No alcanza para quienes no convencen a las masas y se sienten en el derecho de imponerles “el bien” –entendiendo por tal sus propios gustos y preferencias– La idea de que no se puede proveer a los consumidores de lo que demandan, si lo que demandan no es “lo bueno” es absurda. Nadie niega que se pueda hacer propaganda de lo que se considera bueno.
Ni que se pueda –y deba– advertir a las personas de efectos negativos de usos, costumbres, modas y consumos- Pero es inútil prohibir lo que únicamente daña directamente a quien lo hace. De hecho, intentarlo siempre termina costando mayores y peores males que los que se intentaba evitar.
Quienes rechazan al capitalismo se niegan a admitir que carecen de una mejor alternativa. La alternativa es peor, mucho peor. Incluso inviable a largo plazo para mantener la prosperidad que hemos alcanzado. La alternativa no es ningún imaginario “justo medio”, porque no estamos entre dos males.
El capitalismo no es el mal –en forma alguna– es la expresión más completa, diversa y perfecta de la gente con sus aspiraciones, preferencias, vicios y virtudes, limitaciones y excelencias. Y la alternativa, de una u otra forma, es única y exclusivamente el socialismo, y en con él, la miseria.
Mises, en La Acción Humana deja claro lo que no quieren ver: “No reconocen el carácter especulativo inherente a todos los esfuerzos para proporcionar satisfacción futura de deseos, es decir, en toda acción humana.
Ellos ingenuamente suponen que no puede haber ninguna duda sobre las medidas que se aplicarán para el mejor aprovisionamiento posible de los consumidores (…) nunca han concebido que la tarea sea proporcionar necesidades futuras que pueden diferir de las necesidades actuales y emplear los diversos factores de producción disponibles de la manera más expeditiva para la mejor satisfacción posible de estos futuros deseos inciertos “.