I
Hace apenas 18 días –la crisis venezolana va a tal velocidad que algo ocurrido hace menos de tres semanas ya nos parece viejísimo– Wuilly Arteaga cruzaba las puertas del Destacamento de la Guardia Nacional en Caracas, luego de una intensa campaña nacional e internacional por su liberación, y en los días subsiguientes fue noticia por varias razones más allá de su salida; en concreto, por una serie de declaraciones.
El 16 de agosto, pisando –literalmente– la calle, luego de casi un mes en condiciones extremas de cautiverio, manifestó a los periodistas que lo esperaban a las puertas de su reclusorio severas críticas contra la Mesa de la Unidad Democrática (MUD): “más de 100 muertos, todavía quedan una cantidad de jóvenes detenidos, gente sufriendo en la calle y todavía los líderes políticos peleando por elecciones ¿Qué más necesitan los líderes políticos? ¿Cuántos muertos más quieren? ¿Cuántos presos más quieren? Los verdaderos héroes están muertos”, señalaba.
Al día siguiente, Diosdado Cabello, bete noire del chavismo, aprovechaba el tirón mediático del personaje y publicaba “declaraciones” del épico violinista de las manifestaciones venezolanas, donde “señalaba” (ambas comillas son intencionales) que los medios “trataron mi caso de forma amarillista”, “el presidente (Nicolás) Maduro está allí porque lo dice la Constitución” y hasta llegó a “afirmar” que “la GNB nunca me rompió mi violín, mas bien se lo quitó a los que lo tenían y me lo devolvió”.
Finalmente, el 18 de ese mes, y en un acto que lo enaltece aún más (porque significa enfrentar y llamar mentiroso, que lo es, y patológico, al segundo hombre más poderoso del régimen venezolano), Wuilly se presentaba en Plaza Altamira para desmentir las “declaraciones” del programa de Cabello, señalando que estas habían sido editadas maliciosamente, y que en la cárcel “me obligaban a grabar todos los días de manera clandestina, por eso no dejaban que me cambiara de ropa”.
Reiteró dos cosas más: 1) había sido objeto de maltratos, como la foto de su labio hinchado muestra; y 2) vio cosas terribles durante su encarcelamiento, incluyendo cómo abusaban de una joven justo al lado suyo.
A lo largo de esos tres días la voluble opinión de una parte del público, expresada en Twitter (y aún más volátil al estar atravesando por pleno duelo posprotestas), pasó del aplauso (por las críticas a la MUD), al desencanto (por lo “no dicho” en el programa de Cabello), a la admiración, por atreverse a enmendarle la plana a Cabello. Con cada giro que la historia declarativa daba, había gente que me preguntaba: ¿qué opinas de lo de Wuilly Arteaga?
Invariablemente (y lamento no haber guardado los tuits), respondía lo mismo: que era un joven de apenas 22 años, muy valiente y muy valioso, pero que no había razón para convertirlo en un líder de opinión pública, o esperar que declarase con el profesionalismo de un comunicador o un político.
Que además había sufrido mucho, y que se había convertido en un símbolo, y que la gente tendía a atribuirle características de santidad; de hecho lo habían llamado “ángel”. Y que eso era, aparte de peligroso, demasiado pesado para un muchacho que lo que hacía era tocar su violín en las manifestaciones, sin darse cuenta (o quizás sí) de que estaba construyendo una imagen extraordinariamente simbólica, icónica, de las protestas venezolanas de 2017; a mi juicio, comparable a la del “hombre del tanque” de la Plaza Tiananmen, en China, en 1989.
(Nota al margen: hace tres semanas también repetí mucho que me sigue sorprendiendo cómo gente que no le cree nada a Diosdado Cabello, o a Nicolás Maduro, cuya mitomanía y descaro son aún mayores que los de Cabello, de pronto les atribuye a cualquiera de los dos la verdad absoluta cuando declaran sobre la oposición, especialmente si esa declaración tiene que ver con una marramuncia en la que estén metidos en conjunto. De pronto, y si hablan de la MUD, estos mentirosos patológicos son dignos de todo crédito. Para mi es inexplicable el permanente estado de sospecha).
II
Luego de esos días, parecía que, como dice Truman Capote, habían pasado los 15 minutos de fama del “ángel del violín”, hasta que El Estímulo, una página web venezolana, lo puso en el centro de la escena nuevamente este viernes 1 de agosto, al publicar “Las Notas Oscuras de Wuilly Arteaga”, un trabajo evidentemente orientado, según unos, a desacralizar, y según otros, a destruir al músico, recurriendo, fundamentalmente, a tres argumentos: 1) su homosexualidad, o más bien bisexualidad, pues en este momento tiene novia; 2) sus conflictos emocionales: el artículo hace énfasis en sus intentos de suicidio; 3) y su narcisismo y su necesidad de ser el centro de atención, lo que lo llevó a las manifestaciones con su violín a cuestas.
Las notas oscuras de Wuilly Arteaga https://t.co/xK3ad3tXc1 pic.twitter.com/7mJ3tGHnsH
— El Estímulo (@elestimulo) September 1, 2017
A diferencia de la mayoría de este tipo de artículos, el firmado por Luz Elena Carrascosa no recurre a fuentes anónimas o a chismes: la mayor parte de (o casi todas) las declaraciones llevan fuentes abiertas, incluyendo la madre y la novia actual de Wuilly.
El artículo está muy lejos de ofrecer una semblanza equilibrada, quizás porque ya sobre Wuilly se había escrito mucho, y muy positivo, en términos generales; y aunque intachable desde el punto de vista del rigor periodístico, toca, descarnadamente, a mi juicio con bastante “mala leche”, aspectos de la vida privada del joven que solo le importan a él mismo; que incluso pueden ser peligrosos, como el que atañe a las amenazas o tentativas de quitarse la vida que habría tenido “el ángel del violín”.
Pero esa es mi opinión. En un foro de periodistas en Whatsapp en el que participo, alguien pedía incluir a Omar Lugo, director de El Estímulo, para preguntarle por qué habían publicado el artículo sobre Wuilly, solo por curiosidad, por saber si detrás se movía algún interés.
Pero varios nos opusimos, alegando una razón fundamental: lo publicó porque le dio la gana. Porque es parte de su derecho a la libre expresión. Porque la libertad de expresión significa, fundamentalmente, que alguien escriba las cosas que no queremos leer, sobre todo si, en lo formal, como ya dijimos, el artículo no difama ni vilipendia, es decir, es correcto. Que sea incómodo pertenece al terreno del gusto. Y ahí cada quien tiene el suyo.
A mí no me gusta el periodismo de farándula, yo no lo haría, pero respeto totalmente a quienes lo ejercen: es competitivo, despiadado y sorprendente. Como debe ser siempre el buen periodismo.
III
Nuevamente, la respuesta de las redes sociales ha sido apasionada, y bastante infantil: desde los que señalan que la MUD está detrás de esto, y “así paga a los que hablan mal de él”, hasta los que afirman que han borrado a El Estímulo de sus redes sociales, y los que dicen, quizás con más objetividad, que el artículo tiende a “humanizar” a Wuilly, a bajarlo del pedestal en que lo había colocado Venezuela, y que “todos los aportes agregan”.
Pero, mayoritariamente, la sociedad ha demostrado que no parece estar dispuesta a renunciar a su “ángel”. En un país tan enfermo como Venezuela, tocar a un símbolo tiene costos. El violinista está de vuelta: no era “El Estímulo” la tendencia de Twitter de estos días, sino “Wuilly Arteaga”.
Como la vida va tan rápido en este país, tampoco recordamos ya a Brainel Zambrano (a.k.a) “La Titi”. El 10 de julio, y luego de una ola de indignación popular casi equiparable a la que despertaron las agresiones contra Wuilly, Brainel aceptaba que el video en el que era golpeado por unos militares en medio de su espectáculo era falso. El militar agresor era su papá, disfrazado; y durante unos días toda la webósfera dio el video como verdadero, y a “La Titi”, como una víctima.
Por supuesto, el video que ven aquí fue su despedida pública. Brainel se encuentra en el paradero desconocido del que nunca debió salir: en primera instancia, por hacer hecho carrera en las redes sociales como la clásica “loca”, la etiqueta con la que la machista sociedad venezolana cataloga a los homosexuales manieristas.
Porque nos reímos, como sociedad, con los chistes de gays, y luego no queremos que la homosexualidad (o bisexualidad) de Wuilly se use como un arma en su contra, como parece hacerlo (enfatizo el parece: buena parte de eso está en nuestra percepción) el artículo de El Estímulo, porque es en esta sociedad que ser homosexual (pese a que nos creemos abiertos) es todavía un estigma, algo de lo que reírse o a lo que mirar de reojo.
A muchos de los que lo comentaron, además, les parece indecente que el violinista haya podido asistir a las manifestaciones con la intención de convertirse en una leyenda, como si para lograrlo no hubiera tenido que pasar por dos prisiones diferentes, ser golpeado y tragar gases lacrimógenos. La fama hay que conseguirla sin buscarla, de casualidad, como corresponde a los ángeles, piensan algunos. Solo así es “legítima”.
Pero si él quería volverse famoso con su violín en las protestas, como parece decir el artículo, ¿qué importa? ¿Hay algo de malo en querer volverse un símbolo? ¿Compensa todo lo que ha vivido ese muchacho su jamming con Marc Anthony en Nueva York? En mi parecer no, pero él quizás piense otra cosa.
Y es curioso que entre las fuentes oficiales de Las Notas Oscuras de Wuilly Arteaga haya tantas voces de su familia. ¿Es posible que Wuilly y su familia hayan decidido divulgar detalles que consideraban escabrosos sobre su vida privada para reanimar su imagen pública, que comenzaba a difuminarse? ¿O es que, de tan naturales que le parecían, esos detalles no los consideraban escabrosos?
Solo son conjeturas, no estoy diciendo que esto fuera así. Cabe dentro de lo probable cuando no eres un ángel, sino un ser humano obsesionado con el reconocimiento público, como señala el artículo.
IV
Los símbolos valen justamente por eso, por su valor inmaterial, y me perdonan la tautología, que sé que no define nada. Simón Bolívar es un ser angélico, incapaz de nada que no fuera abnegado por su patria: sus hechos non sanctos (como el fusilamiento de Manuel Piar) o son borrados de la historiografía oficial, o convenientemente barridos bajo la alfombra.
En tiempos de crisis, además, la gente se agarra con desesperación a los héroes: Wuilly representa, para una parte de los entristecidos y desesperanzados venezolanos de este tiempo, la juventud, la pureza y el nacionalismo, antepuesto a los sedicentes “traición” y “entrega” de los líderes políticos tradicionales (traición y entrega en las que yo, he dicho muchas veces, no creo).
Por eso hay ira cuando un artículo trata de bajarlo del pedestal, pero eso es algo que le gusta mucho a otro tipo de gente: probablemente, también, eso explica la publicación de El Estímulo.
Los medios (especialmente las páginas web) se han convertido en un negocio bastante feo, en el que cada “hit” cuenta. Dentro de dos meses nadie recordará que las 100.000 o 200.000 visitas conseguidas fueron debido a un artículo que la gente en general destrozó. Estarán ahí, en la cuenta que se le mostrará a Google que domina el negocio de anunciar en Internet.
V
Al final, nadie logró conocer jamás al joven que se le paró al frente a los tanques, a 200 metros de la plaza de Tiananmen. Quizás hoy, en tiempos de redes sociales, ese héroe ignoto no podría permanecer en esa condición por más de 24 horas. Y quizás buscaría lo contrario, ser conocido, la fama, el aplauso.
A la gente, por supuesto, le interesó saber, por mucho tiempo, quien era el joven que cometió semejante acto de coraje. En una sociedad como la china de hace casi 30 años, obviamente, fue muy difícil obtener el dato. No se supo si el Gobierno lo apresó y lo asesinó, o si nunca lo identificó; quizás hoy, en algún rincón de Pekín, come chop suey un cincuentón satisfecho, que sabe que él es ese video tan icónico. Debe ser una carga terrible, y un placer muy íntimo. Y es adonde quería llegar: el video del hombre de Tiananmen no depende de que sepamos quién es. Tiene valor per se, como símbolo de lucha ante una dictadura cruel. Lo que quedó de ese hombre fue la imagen.
Lo mismo le pasa a Wuilly Arteaga: Wuilly es una serie de fotos. Es él llorando, con su violín con las cuerdas rotas, en una esquina de Altamira; con la cara molida a golpes en prisión; y, sobre todo, como un ángel, en medio del humo tóxico, tocando las notas del Alma Llanera. Es un símbolo poderosísimo, invalorable, para efectos de propaganda.
Pero es insustancialmente hermoso, y será lo que quede de él en este momento, a la espera de lo que haga o deje de hacer en adelante. A lo mejor desarrolla una carrera política espectacular, o a lo mejor sucumbe a los demonios a los que refiere el artículo. Nadie lo sabe, y no se puede saber a partir de las fotos. Wuilly puede opinar, por supuesto, pero lo que opine o haga en este momento no tiene la sacralidad de la imagen, es mucho más terreno.
Y no puede ser tomado como la palabra de un líder, ni para bien ni para mal.
Tiene el inmenso valor, eso sí, de su sacrificio, de sus dos prisiones, de las tundas, de los horrores que vivió.
Quizás la respuesta la dio el propio Wuilly: “Los héroes son los que murieron”. Aumenta mi admiración por él. No lo obliguen a cargar un peso con el que no puede –todavía–.