Hace pocos días, en el centro de Caracas, ocupó –por sorpresivo y veloz asalto– el gobierno revolucionario otra serie de propiedades.
Arbitraria “expropiación” –en realidad un expolio caprichoso– que expulsó en 24 horas a comerciantes arrendatarios –y empleados, ahora desempleados– de negocios con más de medio siglo. Adicionalmente, funcionarios exigían liquidar impuestos y tasas a los comercios que destruían ese mismo día. Ya no noticia. Es otro paso rutinario entre muchos similares que cada día da el socialismo en el poder hacia la destrucción material y moral de Venezuela.
En 1609 el teólogo escolástico tardío –y notable economista– Juan de Mariana, afirmaba que:
“…ni el que es caudillo en la guerra y general de las armadas ni el que gobierna los pueblos puede por esa razón disponer de las haciendas de los particulares ni apoderarse de ellas (…) si los reyes fueran señores de todo no sería tan reprendida Jezabel ni tan castigada porque tomó la viña de Nabot (…) El tirano es el que todo lo atropella y todo lo tiene por suyo; el rey estrecha sus codicias dentro de los términos de la razón y la justicia, gobierna los particulares, y sus bienes no los tiene por suyos ni se apodera de ellos sino en los casos que le da el mismo derecho”.
Libertad y propiedad dependen efectivamente de la diferencia que Mariana establece entre rey legítimo y tirano –y Mariana consideraba moralmente válido incluso el tiranicidio por algún particular, cuando el tirano impidiera a los pueblos reunirse para resistirle–. Para Mariana, “El rey gobierna hombres libres” a los que no tiene derecho a impedir que se armen, tanto para defenderlo en la guerra justa como para deponerle en la tiranía.
El gobernante legítimo –en monarquía o república– nos dice Mariana, no puede forzar a los gobernados –ni a muchos ni a pocos, ni a ricos ni a pobres, ni a mayorías ni a minorías– a lo que en Derecho no están obligados. No puede tomar su propiedad sin su autorización con tributos, o inflación.
Temprana explicación de la inflación como impuesto encubierto producto de artificios monetarios –de consecuencias terribles– es el tratado de Mariana Discurso sobre la moneda de vellón. No puede en resumen, para Mariana, el gobernante legítimo imponer su voluntad sobre leyes y costumbres de los pueblos que gobierna. Esas acciones definen al tirano.
La libertad existirá donde existan límites al poder. Empezando por la propiedad. Como decía Lord Acton hacia 1873:
“Por libertad entiendo la seguridad de que todo hombre estará protegido para hacer cuanto crea que es su deber frente a la presión de la autoridad y de la mayoría, de la costumbre y de la opinión. (…) El mejor criterio para juzgar si un país es realmente libre es el grado de seguridad de que gozan las minorías”.
La libertad en el sentido de ausencia de toda restricción arbitraria es diferente y más importante que en el equívoco sentido de desarrollo de potencialidades. Cualquier potencialidad pudiera no desarrollarse por ausencia de condiciones materiales sin las que no sería posible.
La escasez es un hecho material de la realidad objetiva del que no podemos librarnos sino parcialmente. Incluso el hombre más rico del mundo imaginará más fines de los que sus medios –todavía limitados– le permitirán alcanzar. La idea de identificar libertad con riqueza –y poder– es artificio de la demagogia. Para la promesa inevitablemente falsa de “libertad” frente a la realidad misma.
Mentira que se usó y usará para limitar la libertad real. Tras toda falaz “redistribución de libertad” se debilitan inevitablemente condiciones institucionales indispensables para que todos y cada uno la ejerzan según sus inclinaciones. Hasta dónde sus circunstancias permitan.
Es por eso que a largo plazo las sociedades libres serán siempre más prosperas. Y las sojuzgadas más pobres. La riqueza de unos no procede de la pobreza de otros. Una popular mentira, que se empeña en creer la resentida envidia. En realidad el fin de la pobreza pasa por la desigualdad, no por el igualitarismo.
Es causal la relación estadística entre libertad y prosperidad. La libertad es un valor que emerge de una moral impersonal civilizada. Del respeto a la vida y propiedad de propios extraños. Moral que hace posible la sociedad a gran escala y todas sus ventajas. Estado de Derecho significa que las restricciones a la libertad de cada uno se limiten a lo indispensable para mantener la libertad de todos.
Estado de Derecho es entonces límite al poder. Legalidad es otra cosa; es orden práctico del ejercicio del poder ilimitado. Libertad, propiedad y Derecho, dependen de la evolución de las costumbres. Por eso es tan costoso, lento y frágil imponer por fuerza una legalidad cónsona con el Derecho civilizado sobre costumbres bárbaras. No será obedecida más que bajo amenaza bien visible por quienes no la pueden ni entender.
Pero finalmente, unas costumbres se impondrán evolutivamente sobre otras siempre –de grado o por fuerza– Si bajo un mismo Estado diferentes culturas se guiasen no solo por sus costumbres voluntarias, sino por las diferentes leyes que de ellas emergieren, los conflictos entre hombres que conviven y negocian entre sí, exigirían una armonización que terminaría por imponer unas leyes sobre otras.
Es la experiencia material en la historia, del imperio romano al sistema jurídico carolingio, y a los del imperialismo europeo tardío sobre colonias y protectorados. A la larga, la civilización se impone evolutivamente porque quienes se empeñan en rechazarla se hunden en la miseria material y moral. Y con ello en la impotencia. Pero no es posible forzar la civilización entre quienes la rechazan ideológicamente. Sería adoptar su moral sobre la de la propia civilización.