Comenta la periodista Vanessa Novoa, que mientras observaba cómo del cubo de basura de un puesto callejero de comida una persona lamía escasos restos de comida, pensó en todas las personas que morirán hoy en Venezuela: asesinados por bandas armadas, por la falta de medicinas e insumos médicos en los hospitales, enfermos por epidemias que ya habían sido erradicadas, vencidos por el hambre. Víctimas de un régimen comunista. Explica que los líderes del socialismo opositor no quieren ver la dimensión real de la tragedia. Y tiene razón.
Tanto los políticos que pretenden encabezar al poco más de 80% de venezolanos (que rechazan al desastroso gobierno socialista revolucionario) como los que se aferran al poder (y la teoría aristocrática del dogma religioso marxista ,con poco menos de 20% de apoyo real, mientras hunden en la miseria hasta a sus esbirros, en nombre del igualitarismo socialista) son un gigantesco fracaso para sus gobernados –no para ellos mismos, todo hay que decirlo. Pero exigen apoyo incondicional de gente que, por acción u omisión, han hundido en la miseria. Unos y otros. No es de extrañar, porque son socialistas todos. O casi todos. Al igual que la inmensa mayoría de los empobrecidos ciudadanos. Estos últimos en un autodestructivo sentido amplio que nos condena a todos.
Mises consideraba que “el socialismo es el paso de los medios de producción de la propiedad privada a la propiedad de la sociedad organizada, el Estado” y aclaró que “si el Estado se asegura una influencia cada vez más importante sobre el objeto y los métodos de la producción, si exige una parte cada vez mayor del beneficio (…) al propietario (…) sólo le queda (…) la palabra propiedad, vacía de sentido, pues la propiedad misma ha pasado enteramente a manos del Estado”. Todo socialista con el poder necesario impondría lo que Mises define como socialismo. Pero ese es el fin de un camino. Y es prudente recordar que el socialismo comienza en cuanto logra ponernos en una ruta que llevará a ese fin. Mucho antes de llegar ahí.
Huerta de Soto define socialismo “como todo sistema de agresión institucional al libre ejercicio de la función empresarial”. Definición económica de socialismo en sentido amplio que identifica en el libre ejercicio de la función empresarial una condición sine qua non para la tendencia al equilibrio dinámico del mercado. Una definición que no toma por dado el marco normativo armónico necesario para el funcionamiento del proceso de mercado, pues están implícitos necesariamente los efectos nocivos de la distorsión de dicho marco en el concepto mismo de agresión institucional.
Hayek, en La fatal arrogancia, no definió explícitamente socialismo, pero es quien mejor lo explica en un sentido amplio. En otro texto, afirmé que la definición del socialismo como error de hecho de Hayek implica entenderlo como un artificioso intento de planificación teleológica centralizada sobre sistemas evolutivos auto-regulados, cuya enorme complejidad inherente no los hace abarcables para la razón humana, sino en términos muy limitados y exclusivamente a grandes rasgos. Y que donde quiera que identifiquemos correctamente una interferencia de tal tipo en cualesquiera de los sistemas evolutivos interdependientes del orden espontáneo de la civilización, habremos encontrado un caso de predecible inviabilidad inherente del socialismo en sentido amplio.
En términos simples: socialismo es intentar un ideal irreal e imposible en nombre de la liberación y la humanidad, para imponer realmente la esclavitud y alcanzar la máxima destrucción y miseria humana posibles. La inviabilidad del socialismo es indiscutible teórica e históricamente, mal que les pese a sus irracionales y fanáticos creyentes. La luz de esa teoría, podemos estimar, es la factibilidad evolutiva de intervenciones extremadamente prudentes sobre ciertos aspectos de sistemas evolutivos interdependientes. Y hasta cierto punto, tener razonable esperanza de relativo éxito en cierta reordenación institucional experimental, que muy cuidadosamente orientada a su armonización evolutiva dentro del orden espontáneo, pudiera efectivamente alcanzar algunos resultados previsibles buscados. El éxito sería que los inevitables resultados imprevisibles inherentes no superen en costes las ventajas alcanzadas.
Tenemos que pensar en tales riesgos por la necesidad de incidir —cumplido el largo plazo de adaptación cultural—que en corregir efectos negativos originalmente imprevisibles y posteriormente consolidados de anteriores intervenciones. Hoy, mucho menos prudentes. Si hay una aplicación crítica de lo anterior es la complejidad del problema del desmontaje de los socialismos, finalmente derrotados. O colapsados por su propio peso.
Ahí la esperanza de ampliar la libertad humana reside en encontrar la forma viable de introducir sobre movedizas y engañosas bases, un marco institucional capaz de orientar el proceso en dirección a la economía de mercado en lo económico y al orden republicano en lo político. Y lograrlo con inferiores costes humanos a los del mantenimiento de la agresión institucional continuada, por medios indirectos y tradicionales de más fácil y rápida implementación. A veces, con mayor eficacia de corto plazo – en relación al coste del retroceso a mediano y largo plazo.
El mayor problema no es económico, ni político; sino moral y cultural, porque entre las mayores amenazas a la libertad en nuestro tiempo, se destacan los errores y confusiones de sus más convencidos defensores. La apropiación de la ética por la intelectualidad izquierdista, brillantemente explicada por Armando Rivas, se completa en la medida que los propios liberales comparten, consciente o inconscientemente, precisamente aquella ética.
Si de la historia es posible aprender, debería ser ilustrativo que todos los esfuerzos serios por imponer coherentemente una ética del altruismo universal –la que condena el voluntario intercambio mutualmente beneficioso y pretende sostener toda una civilización sobre la obvia mentira del permanente auto-sacrificio de todos y cada uno– terminaron en totalitarismos criminales e infernales. Pero no lo será en la medida que se conceda, activa o tácitamente, validez de premisa moral universal al auto-sacrificio individual al colectivo.