
Cuando se constata que el PIB venezolano actual –medido en dólares estables– es menos de la mitad que en 1997. Que la contracción del producto en los últimos tres años es cercana al 30 %. Es claro que el socialismo del siglo XXI, que llegó al poder en 1998 con Chávez, destruyó la mitad de la economía venezolana en apenas 17 años. Y fue peor. La caída del PIB no refleja la descoordinación de la producción por la destrucción del sistema de precios, ni la destrucción de capital por la implantación de un modelo económico inviable. Por ello emigra cualquiera que puede. Países vecinos que hace 10 años todavía se interesaban en atraer turistas venezolanos hoy persiguen venezolanos ilegales y temen oleadas de refugiados. Algo próximo a eso ya vieron. La economía venezolana está materialmente mucho peor de lo que la estadística pueda reflejar.
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Venezuela hoy sufre la hiperinflación más alta del planeta y cayó a de pobreza masiva que desconocía desde principios del siglo pasado. Por primera vez, en cerca de 100 años, la balanza de cuenta corriente venezolana es estructuralmente negativa. Decrecientes exportaciones no producen divisas suficientes para pagar importaciones indispensables. La deuda gubernamental interna y externa no es de las más altas de la historia reciente, pero es la menos transparente y más enrevesada que hemos sufrido. Hay que sumarle infinidad de compromisos de pago incumplidos y un océano de corrupción. El gobierno teme más al default de deuda soberana que a la hambruna. Pese a ello, el crédito lo solucionan revendiendo en mercados secundarios deuda de PDVSA en manos del BCV con descuento alucinante. Pero lo hacen, y mantienen la voluntad de pago a cualquier costo. Los especuladores de los mercados financieros apuestan al tiempo que un totalitarismo en construcción contendrá su propia debacle financiera y descuentan para inversión de riesgo. Ni más ni menos. Entre tanto cada vez más venezolanos comen de la basura y protestan en las calles en medio de la brutal represión y creciente violencia.
Obviamente, las encuestas reflejan que el apoyo al gobierno y su revolución es menor al 15 %. Venezuela tiene poco más de 31 millones de habitantes. La apuesta por la dictadura y el avance acelerado al totalitarismo con que responden al rechazo masivo que les impediría ganar cualquier elección medianamente creíble se reduce a números y organización. Diseñan una elección amañada en la que necesitan menos del 30 % de los votos para obtener más del 50 % de su constituyente comunal. Y eso sabiendo que su 15 % resultará más que duplicado con una abstención masiva ante la inexistencia real de candidatos opositores en tal fraude electoral. Están apostando a que el 10 o 15 % de apoyo armado, más o menos disciplinado y dedicado a robar, asesinar, torturar y aterrorizar a una mayoría, desesperada, empobrecida, desarmada y dispersa, finalmente someterá a esa mayoría. Eso requiere unidad, compromiso, activismo violento y férrea disciplina en la minoría de esbirros oficiales y oficiosos.
Hay una fractura en sus filas por un chavismo crítico, hoy liderado por la fiscal general, hasta hace poco a cargo de la represión y persecución judicial de opositores. Hay indisciplina, corrupción y delincuencia en colectivos y en provocadores y delatores llamados patriotas cooperantes por la dictadura y sapos por la población. Pero del chekista soviético al Tonton Macoute de Duvalier la delincuencia común de bajo nivel ha sido efectivamente reciclada por dictaduras para el trabajo sucio. Observar en infinidad de videos a militares y policías no solo reprimiendo brutalmente, sino robando descaradamente a quienes protestan hizo al Ministro de la Defensa afirmar que “no quería ver a otro guardia nacional cometiendo atrocidades en la calle”. Sapos y esbirros redoblan consecuentes esfuerzos para amedrentar periodistas y ciudadanos e impedir que graben y exhiban atrocidades de uniformados y colectivos.
Maduro empuja a Venezuela a una fractura irrecuperable. Una minoría aferrada al poder que depende completamente de las dádivas de un Estado, lo defenderá a toda costa. El socialismo se especializa en quebrar las piernas a todos y “regalar” muletas a quienes se sometan. El “regalo” incluye la extorsión, muletas únicamente para revolucionarios. Las politizadas misiones sociales intentan desordenadamente cubrir desde servicios de educación y salud hasta entregar alimentos, viviendas, electrodomésticos y automóviles a los leales. La activación de emergencia de tales misiones para beneficiar a los responsables de lo que el propio Ministro de la Defensa calificó de atrocidades se pudiera llamar “misión mi esbirro bien premiado”. A eso apuesta el chavismo. Galvanizar lo más arrastrado y dependiente de su minoría para someter brutalmente a la mayoría. La clave está precisamente en que han reducido al país a la miseria. La misma miseria y desesperación que hace a unos protestar arriesgando vida e integridad, hace a otros estar dispuestos a cualquier cosa para no perder el usufructo de una propiedad invadida, una vivienda asignada o una bolsa de comida CLAP.
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La propaganda revolucionaria últimamente abunda en imágenes de mujeres revolucionarias idealizadas. En la realidad esas revolucionarias se dividen entre las que calzan chancletas chinas de plástico de ínfima calidad y las que coleccionan zapatos de lujo que cuestan miles de dólares. Y al igual que con los hombres, pretenden que las primeras maten o mueran por su bolsa CLAP para defender los privilegios escandalosos de las segundas. La propaganda y la censura busca que eso lo ignoren y nieguen quienes han de vivir apenas un milímetro por encima de miseria aplastando al resto como esbirros al abyecto servicio de quienes viven como príncipes sauditas. Orwell lo resumió perfectamente en el lema del animalismo del cerdo Napoleón “todos los animales son iguales, pero unos son más iguales que otros”. Eso, y no otra cosa, es lo que se esfuerza en imponer el chavismo sobre Venezuela.