Si empieza pronto a salir Venezuela del foso de miseria y destrucción en que nos ha hundido el socialismo revolucionario, será por un accidente inesperado. Me temo que la abrumadora mayoría de intelectuales y políticos del socialismo opositor son incapaces de comprender lo que realmente enfrentan.
Les serviría estudiar la posguerra en Europa oriental. Hoy sufren aquí los mismos métodos con que establecieron ahí regímenes socialistas revolucionarios los esbirros de Stalin. Pero ni revisando aquellos hechos sacarían las conclusiones del caso. Piensan con categorías que lo impiden, al igual que la mayor parte de la población. Es nuestra desgracia. Y si finalmente salimos del foso por una afortunada casualidad, pensado como piensan todavía la abrumadora mayoría de nuestros intelectuales y políticos, encontrarían más temprano que tarde el camino de regreso. Como ocurrió en Nicaragua.
Hace un par de años me comentaba la joven historiadora venezolana Alejandra Martínez que para ella la economía de la Escuela Austríaca fue el descubrimiento de una metodología para el estudio de la historia distinta y opuesta al marxismo que reina, incluso tácitamente, en nuestra escuelas de historia. Y que así como Mises decía que un economista ve al futuro con ojos de historiador, lo cierto es que un historiador ha de ver el pasado con ojos de economista, pero del tipo de economista que, como Mises, sabe tanto de economía como de mucho más.
Lo significativo es que los supuestos y sobrentendidos, (es decir, lo que las personas consideran su “sentido común”) son creencias que toman de las teorías a través de las cuales historiadores, científicos sociales, humanistas, escritores y periodistas explican el mundo. Dado que la mayoría de estos postulados son ridículamente erróneos y se sostienen mediante groseras falsedades, es con simplificaciones inconscientes de errores y falsedades que el “hombre de la calle” intenta explicarse el mundo y la sociedad, la economía y la política, perseverando tercamente el error al que emocionalmente se aferra.
Mises, al que se refería mi amiga, escapó por media Europa con los esbirros del nacionalsocialismo tras sus talones para exponernos a una tradición metodológica que él llamaba praxeología, y que, en sus palabras “tiene por objeto investigar la categoría de la acción humana. Todo lo que se precisa para deducir todos los teoremas praxeológicos es conocer la esencia de la acción humana. Es un conocimiento que poseemos por el simple hecho de ser hombres (…) ningún conocimiento experimental, por amplio que fuera, haría comprensibles los datos a quien de antemano no supiera en qué consiste la actividad humana.”
Su praxeología se pudiera resumir inicialmente en que:
- empezamos con la acción humana como un axioma lógicamente irreductible
- partimos de que el axioma de la acción es verdadero por definición. Todo intento de refutarlo es una acción inevitablemente lo valida
- y postulamos que todo homo sapiens es un agente que deliberadamente usa medios durante un período de tiempo para alcanzar los fines que desea.
Es decir que:
- el hombre actúa.
- prefiere unos fines a otros.
- recurre a la acción para alcanzar sus mudables, pero específicos fines
- y el tiempo influye en su acción.
Algo simple de lo que deduce la teoría que explica la complejidad de la sociedad real. Lo que contra ello se autodenomina “científico”, suele ser un primitivo dogmatismo historicista, responsable intelectual de más de cien millones de víctimas inocentes el pasado siglo. O acaso es reducido a un mal entendido empirismo, para el cual el conocimiento científico es lo que se obtiene de hechos que confirman relaciones simples de causa-efecto. Si a eso se limitara la ciencia, gran parte de la física teórica, la teoría de la evolución, y casi todo lo que estudian las ciencias sociales, no sería ciencia.
Las hipótesis contrastables exigen una teoría previa para ser concebidas en la mente de quien las postula. Por eso es vital pensar la sociedad y sus fenómenos desde una teoría capaz de explicarla como realmente es; algo que ofrece Mises, ya que:
- su praxeología es una ciencia apriorística-deductiva. Va de lo general a particular, y así construye una teoría universal de la acción humana que permite comprenderla en la realidad; y concebir hipótesis auxiliares con las que medir, contrastar e interpretar esa acción individual de la que resulta una creciente complejidad social
- es una aproximación teórica que permite comprender, e incluso predecir rangos razonables de resultados, en el orden espontáneo en que vivimos.
Actuar es descubrir, por lo que la acción humana consciente se puede explicar como acción empresarial. Y es finalmente en la capacidad humana de descubrir, innovar, diferenciarse del resto que encontraremos la base del progreso. Entenderlo es una condición indispensable para su soporte moral y político – y para derrotar la que nos hunde en la miseria.
Quienes creen que la satisfacción humana no depende de mejorar, sino de que otros empeoren (es decir, quienes se proclaman heraldos de la igualdad) afirman que hay un igualitarismo instintivo en el hombre y en algunas otras especies. Es cierto, pero no se deduce de ello que debamos considerar cumbre de la filosofía moral al mono capuchino.
Como nos aclara Hayek el asunto no está en si compartimos a cierto nivel la moral del mono capuchino de manera instintiva, eso es un hecho incontrovertible, sino en si guiándonos exclusivamente por esa moral sería posible la existencia de la civilización con todas sus ventajas, porque la respuesta es que no, no lo sería.
Nueve de cada diez lectores pensarán que es teoría irrelevante en momentos críticos. Pero pensar que es irrelevante analizar los errores en la forma que entienden el mundo, intelectuales, políticos y ciudadanos comunes, de la hoy abrumadora mayoría de venezolanos que rechaza a quienes nos gobiernan. Errores clave para que tales miserables llegaran al poder. Errores que les están permitiendo construir un totalitarismo. Error teórico de espantosas consecuencias prácticas en momentos críticos. Una y otra vez. Ojalá me equivocara, al menos esta vez.