“Quiero golpear a un socialista en la cara”. Con esas palabras describe sus sentimientos el profesor Ben Powell de la Universidad Texas Tech, tras haber visitado los dos puentes que comunican a la ciudad de Cúcuta en Colombia con Venezuela. “Es terrible ver a los pobres viajando por todo el país para llegar a la frontera, cruzarla y buscar algo de alimentos y elementos de aseo para regresar a su país”.
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Así es la vida de los cientos de venezolanos que cruzan diariamente la frontera bajo el temible sol de Cúcuta para encontrar en Colombia algo que llevar a su país y poder comer. Pablo, un venezolano de aproximadamente 35 años, agarrado de la mano con su esposa, cuenta cómo viajaron durante tres días desde Ciudad Bolívar para llegar a Colombia.
Otros venezolanos que llegan a tierra cafetera cuentan sus travesías, el miedo que sienten mientras viajan por el territorio gobernado por Nicolás Maduro y dicen que uno de sus peores temores es ver a alguna autoridad, ya que si se enteran que se dirigen hacia Colombia les piden dinero para no ser detenidos, debido a que las autoridades saben que llevan efectivo para comprar productos al otro lado de la frontera.
Cuando los venezolanos logran llegar a territorio colombiano encuentran un paraíso de alimentos, medicinas y elementos de aseo que escasean en su país. A penas termina el puente de Ureña, el más pequeño de los dos que hay en Cúcuta, se encuentran los comercios con papel higiénico de marcas nunca antes vistas, torres de harina, azúcar y algo aún más sorprendente: llantas para carro sin usar. Muchos de estos productos son los que entrega el Gobierno venezolano como subsidio y son llevados a Colombia para ser vendidos.
Los dueños de estos comercios cuentan que de cierta forma es una oportunidad de negocios, pero en realidad ellos sienten que están ayudando con su comercio a sus hermanos venezolanos que llegan en busca de mejorar su calidad de vida. Dicen que los productos mencionados anteriormente son los que más se venden y que desde que el socialismo se tomó sus calles, sienten que el Venezuela dejó de ser “el paraíso” que ellos veían.
A pesar de esta situación, el día en Ureña transcurre en una aparente calma. Las tiendas con cerveza helada están a la orden del día y a la hora del almuerzo los comerciantes aprovechan para tomarse “una fría” y descansar del agotador sol que azota el puente que se convierte en su lugar de empleo. ¿Casas de cambio de divisas? Eso no se ve en Ureña. Los “profesionales del cambio” se sientan a ofrecer el cambio de divisas: ¡se cambian bolívares!, gritan desesperados a la espera de alguna persona que quiera comerciar con ellos, aunque esto ha sido así desde siempre.
¿A cómo el bolívar? preguntan las personas que van de regreso a su país. “Le doy 10.000 bolívares por 13.000 pesos (USD $4,4)”. Cuando se consuma la transacción, quien ofrece los bolívares entrega un fajo de billetes que podría hacer pensar a cualquier desprevenido que no conozca lo que sucede en Venezuela que ese hombre que recibe la moneda bolivariana se acaba de convertir en millonario.
Al pasar al lado venezolano de repente las personas empiezan a dispersarse. Dos agentes vestidos con un chaleco fosforescente revisan las pertenencias de los venezolanos que regresan a su tierra. La primera maleta que abren está llena de toallas higiénicas para mujer y los guardias violentamente buscan al interior del equipaje si llevan algo más.
Allí nadie se atreve a decir nada, las personas continúan caminando y ven como la “mala suerte” se lleva algunas de las pertenencias de esa persona a quien le revisan la maleta. Tras la escena narrada anteriormente se encuentra una foto del artífice de toda esta barbarie: el comandante Hugo Chávez Frías, que da la bienvenida a las personas que llegan, especialmente a los colombianos, temerosos que valientemente se atreven a ir al país de sus vecinos, de sus hermanos, de esas personas abandonadas por la comunidad internacional que ve y silenciosamente aprueba el sufrimiento de personas que cambiaron su sueño de un carro o una casa nueva por el de una bolsa de harina para preparar sus famosas y deliciosas arepas.
Al mirar hacia el horizonte parece la escena de inicio de “The Walking Dead“. Para quienes no están familiarizados, es una serie sobre muertos vivientes que hicieron que las más grandes ciudades se volvieran desérticas. El famoso “Dutty Free” de la frontera se pierde entre los matorrales que han crecido por el abandono, ya que no tienen nada que vender y lo único que hay, relacionado al comercio, al ingresar a Ureña, son dos estaciones de gasolina que venden a $1.000 pesos colombianos (COP) (USD $0.342) el litro de ACPM y a $1.200 COP el de gasolina corriente (USD $0.4092).
La frontera de San Antonio
En la frontera con San Antonio la situación no es diferente, pero allí la situación se ve que es mucho más grave. Sin embargo, son muchas más las personas que caminan sobre el puente para llegar a Colombia a buscar alimentos y llevarlos a su país para alimentar a sus familiares más ancianos que ya no pueden realizar la travesía de llegar hasta Colombia a buscar algo para comer.
En el puente “Simón Bolívar” los profesionales de cambio tienen locales desde los que trabajan y buscan deshacerse de los bolívares que tienen para la venta. A pocos metros de la última casa de cambio se encuentra una vendedora de crispetas que intercambia una bolsa de su producto por bolívares a unos venezolanos, dicha bolsa cuesta 600 bolívares. Así es, 6 billetes de la más alta denominación que existe en Venezuela solo por una bolsa de maíz que no sobrepasa los 300 gramos.
Al entrar a Colombia los ciudadanos son insultados con un gran letrero que dice ¡Gracias Presidentes! con una foto de Maduro y Santos. La pregunta es: ¿gracias por qué?, ¿por tener abierta una frontera y garantizar el derecho a movilizarse libremente?, ¿por las personas que tienen que viajar horas para llegar a Cúcuta?, ¿por hacer que la inflación llegue a tal punto que por una bolsa de maíz haya que pagar seis billetes de la más alta denominación? Nadie sabe, lo único cierto es que no le ponen atención y siguen caminando hacia su destino.
Ya llegando a Cúcuta hay una gran fila en la que quienes quieren pueden hacer que su pasaporte sea sellado. Quienes van solo a comprar no necesitan realizar este trámite, pero quienes buscan salir desde Colombia hacia otros países tienen que registrar su entrada y esperar a ser aprobados, ya que las autoridades migratorias están prevenidas, pues aquellas personas pueden estar buscando quedarse en el país.
En el lado colombiano hay personas que le dicen a las mujeres que les compran su cabello para comerciar con él. Ofrecen entre 60.000 COP (USD $20,46) y 200.000 (COP) (USD 68.2) dependiendo del largo, según cuenta Denise, quien asegura que ella no sabe bien como funciona el negocio, que su función únicamente es convencer a las personas de que vayan y vendan su cabello.
La incertidumbre en la frontera es tremenda, las caras de preocupación de las personas está a la orden del día y es imposible no sentirse conmovido al ver a cientos de personas cruzando el puente cargando en sus hombros algunos alimentos, elementos de aseo e incluso llantas para sus vehículos que ya no se consiguen en el país socialista.
Al ver esa escena para muchos resulta increíble que haya gente que defienda el régimen de Maduro que ha llevado a las personas a la miseria, que le ha quitado la posibilidad a las personas de alimentarse de la manera que ellos quieren, de vivir de la forma que ellos quieren y, según cuenta Pablo, uno de los venezolanos que llegó a buscar comida, la posibilidad de ver a sus familiares.
El régimen Chavez-Maduro empieza a mostrar su verdadera cara, la cara del socialismo, de la miseria, aquello que se ha repetido muchas veces en muchos países, hecho al que los partidarios del marxismo responden diciendo: “ese no es el verdadero socialismo” cada vez que uno de ellos fracasa y al que estamos destinados si no concedemos libertades tanto al mercado como a las personas.