Los colaboracionistas en que primero pienso al escuchar la palabra son los franceses que desde el régimen de Vichy apoyaron la ocupación militar de su país por el nacional socialismo alemán. Algunos creyeron que ante la inevitable derrota era la única alternativa para Francia. No entendían la naturaleza del totalitarismo con el que firmaban la paz. Otros la entendían y admiraban. Fue consciente su apoyo al Reich que les había derrotado y ocupado. En pocos años Europa Oriental vería mucho de aquello. Pero a los colaboracionistas de la ocupación soviética no se les suele señalar por lo que fueron.
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Los conscientes de Vichy eran nacionalistas, racistas, socialistas y militaristas. Quinta esencia del servilismo no podían sino admirar al nacionalsocialismo de Hitler. Siempre aspiraron a lo que logró el III Reich. Economía centralmente planificada, control de precios y de cambio. Enrolamiento de toda la población en organizaciones paramilitares. Destrucción de la oposición y criminalización de la disidencia. Compartían la idea del gobernante al que su más reconocido filósofo y jurista declaraba encarnación intemporal del pueblo, haciendo de su voluntad ley al retorcer con un formalismo repugnante el sentido de espíritu del pueblo de la tradición jurídica germana. Todo en el más estricto apego al formalismo jurídico, cambiando ley tras ley, hasta crear el corpus jurídico colectivista del caudillo soberano y la sociedad servil. La sutileza de un totalitarismo tan criminal como el soviético en estricto apego al formalismo jurídico fue muy atractiva en ciertas decadentes elites intelectuales occidentales.
Sin caudillo propio a quien lamer el trasero, aquellos colaboracionistas lamian el del que les demostró con la victoria militar la superioridad totalitaria que admiraban. No menos serviles fueron quienes en Europa Oriental harían poco después lo mismo ante el no menos absoluto y genocida caudillo de la URSS, Joseph Vissarionovich Stalin. Aunque la guerra empezó con la alianza germano-soviética, solían justificarse los colaboracionistas el cooperar con los victoriosos alemanes como preferible al comunismo. Idénticos colaboracionistas, darían la excusa del mítico nazi-fascismo capitalista occidental para colaborar activamente con la ocupación soviética.
Nacional socialismo, fascismo y marxismo, son variantes del mismo colectivismo primitivista. Comparten la negación de la realidad, individualidad, propiedad y Derecho. Únicamente en el absurdo del polilogismo racial o clasista pueden justificar su tiranía, para una falaz justicia colectiva que se reduce a justificación de la envidia. Los que apoyen regir así, ya no el Estado sino la totalidad de la sociedad, terminarán en servilismo absoluto y ciega obediencia. Los gobiernos con ambición totalitaria únicamente toleran la disidencia -cuando y mientras- no puedan exterminarla.
En mi país, Venezuela, un proyecto totalitario socialista llegó al poder democráticamente hace 17 años, y desde el poder al que se aferra contra viento y marea intenta alcanzar el totalitarismo. Pese a su origen electoral es un proyecto tan revolucionario como el de Lenin. Como fue el de Hitler. De sus fracasados intentos de golpe de Estado a la fecha, no ha dejado de comunicar con mayor o menor intensidad táctica sus ideas, nacionalistas, racistas, socialistas y militaristas. Antes a ese socialismo le etiquetaban derecha, ahora izquierda. Y es el mismo.
El socialismo en el poder en Venezuela denomina a sus contrarios fascistas. Es izquierda con beneplácito del grueso del socialismo global. Como plañideras claman socialistas opositores que el fascismo gobierna y los socialistas son ellos. Y lo son, pero también quienes gobiernan. No es socialismo y no fue socialismo son la primera y última excusa en toda derrota socialista. Pero del difunto tirano de Cuba, al narcoterrorismo obteniendo impunidad en Colombia y la hipócrita intelectualidad socialista de Europa y los EE.UU. como socialista entendieron al totalitarismo en construcción en Venezuela quienes ponen o quitan la etiqueta cual nuevo Comintern.
Carece de importancia, no menos socialista fue Hitler que Stalin. Pero sería torpe identificarse con el totalitarismo que perdió la guerra y del que más se ventilaron sus crímenes. Sirven al que ganó, del que quedan regímenes en pie. Los colaboracionistas en potencia o en ejercicio pueden “criticar” el estalinismo de Stalin y aplaudir el de Fidel Castro.
Es inútil reclamar racionalidad en ideas colectivistas. No ven contradicción en oponerse a que las haga leyes y aplique otro en lugar de ellos. El problema son las ideas que se hacen leyes contrarias a Derecho. Y sin embargo leyes que dan al gobierno poder sobre vidas y propiedades. La legislación positivista hoy en boga tiene el mismo potencial que la teoría jurídica de Carl Schmitt. Hay más delitos contra entelequias o colectivos, además de los tradicionales contra patria y nación; hay contra ecología, niños, mujeres, minorías, o lo que se les ocurra. La tiranía de lo políticamente correcto fue el marasmo cultural del que nació en todo el mundo una legislación con la que puede ser delito penal la expresión de casi cualquier opinión. En Venezuela los revolucionarios jueces del tribunal constitucional mantienen al poder totalitario inmune a una judicialmente anulada mayoría electa del poder legislativo. La triste paradoja es que buena parte de la jurisprudencia en que se basan, como la teoría del derecho de las que obtuvo sus leyes, no las invento la revolución sino el socialismo opositor que ahora las sufre.
Sospecho que en el socialismo opositor venezolano hay colaboracionistas conscientes del que gobierna. Conscientes y pagados. Estoy seguro que hay otros que ni lo son, ni lo serán del gobierno. Pero no dejan de serlo de la idea con que gobierna. Es trágico. Sean intelectuales o políticos, debe ser triste y confuso para quienes siempre obtuvieran de su colaboracionismo con el totalitarismo su legitimidad política y prestigio intelectual encontrarse accidentalmente del otro lado. Aquí, ahora hacen un mal papel de ofendidos al señalarse sus públicas demostraciones de admiración a Fidel Castro. Lo ven como exigirle a Neruda explicaciones por su poema de culto a Stalin como si hubiera sido a Hitler. Nunca entenderán que sí hubiera sido exactamente igual.