Si Usted concordase con la censura global y conjunta de las principales redes sociales a Alex Jones y su plataforma Infowars. Y quisiera demostrar que Jones difundía un mensaje de mayor peligro inmediato que grupos terroristas activos causantes de innumerables muertes –cuya propaganda se difunde con escaso disimulo en tales redes– no podría hacerlo.
Carecería de “pruebas” porque la censura que apoya le impedirá verlas. Si mañana el censurado fuera Usted eso le impediría cualquier defensa. Quienes así censuran son juez y parte. No hay a quien apelar y las pruebas son censuradas. Extrapolándolo, la tendencia se aproxima al 1984 de Orwell.
El asunto parece muy complejo por la supuesta o realmente dudosa veracidad de los censurados. Pero hoy en grandes e “independientes” medios “serios” se acusa a Jones de cualquier cosa sin tomarse la molestia de demostrarlo. Y es interesante que le califiquen de teórico de las conspiraciones. Las teorías de conspiración son diversas. La mayoría absurdas.
Otras son mitos: explicaciones falsas –compartidas por ciertos grupos– de eventos reales. Las más interesantes, batiburrillos de información real y comprobable, con especulaciones razonables bien informadas y tonterías llenando espacios vacíos por sesgo de confirmación ideológica. Parte de lo que decía Jones era de ese último tipo de “teoría conspirativa”. Pero también abundaba en verdades incomodas que ofenden a fanáticos filo totalitarios.
Obviamente intentan asustar a cualquiera, no que piense como Jones sino que no piense como ellos. Algunos nos dicen que pueden –y deben– borrar casi completamente de la red a cualquiera con opiniones controversiales que ofendan a quienes se organizan para influir sobre quienes manejan esas plataformas. Porque a través tales plataformas la mayoría se informa y opina.
¿Está bien porque se trata de empresas privadas? ¿Puede una empresa hacer cualquier cosa? De una parte, el propietario de un cuchillo no tiene el derecho de apuñalar a quien se le antoje. De la otra, no tenemos derecho de exigir que nos provea bienes o servicios quien no desee proveérnoslos. A menos que se hubiera obligado, por su propia voluntad y libremente, a hacerlo contractualmente. Y ese, por cierto, es el caso de esas empresas.
Cuando un senador de los EEUU preguntaba en audiencia al fundador de Facebook por la censura ideológica de su empresa contra personas y organizaciones conservadoras, obtuvo únicamente evasivas inconsistentes. Y no podía ser de otra forma porque los hechos se repiten una y otra vez, en una y otra red.
La activista conservadora negra Candace Owens tomó comentarios de virulento racismo anti-blanco de una periodista del New York Times –difundidos impunemente en twitter– y los repitió cambiando negros por blancos en una cuenta de twitter. Cuenta cerrada de inmediato por esa red.
Hay una escalada de censura ideológica en redes sociales. Llamados a la violencia criminal de socialistas de todas las tendencias son mayormente difundidas sin problema. Las respuestas furiosas de conservadores, liberales o libertarios frecuentemente censuradas. Parecería una conspiración, pero es más simple. Y mucho peor.
Las redes sociales no quieren –y no pueden– asumir responsabilidad editorial de lo que en sus plataformas se publica. Pueden –y generalmente quieren– cooperar con autoridades en identificar a quienes publican lo que es delito. Pero se presentan como plataformas completamente neutrales. Sin línea editorial o posición ideológica propia. Ese es el servicio que ofrecen. Muy diferente de lo que hacen.
Podrían aferrarse a su neutralidad. Dan a sus usuarios opción de bloquear a cualquier otro negándose a recibir información que les resulte ofensiva en cualquier forma. Insuficiente para grupos organizados empeñados en censurar ideas contrarias de las que intentan imponer. Es el maligno y diverso socialismo occidental post-soviético.
Con tanto en común de ideología como de intereses. Dispersos, pero compartiendo fines y métodos. Sin organización central, pero capaces de coordinarse espontáneamente contra lo que odian. Integrando alianzas flexibles y cambiantes de moderados simpatizantes y efectivos propagandistas intelectuales, con multimillonarios intereses mercantilistas, ambiciones políticas de control autoritario, y hasta sus enemigos declarados –activos y violentos– en tanto sean enemigo de su enemigo. Los define lo que odian. El mercado libre. El capitalismo. Y la civilización occidental. Resumen lo que odian.
¿Y que tiene todo eso que ver con las censura ideológica en redes sociales? Pues que no hace falta ninguna conspiración planificada. Es algo disperso, en mucho espontaneo y definitivamente maligno. Un virus que se extiende por contagio. Y se adapta. Proponen variantes mal disfrazadas de los peores totalitarismos de la historia. Es insostenible racionalmente. Y apelan a sentimientos. A envidia y resentimiento. A magnificar y hacer chocar entre sí todos los conflictos reales o potenciales que encuentren. Apuestan al caos. Y a imponer sus sinsentidos como un nuevo “sentido común” por esa acción dispersa y constante.
El asunto es que esa forma de pensar es muy influyente en empresas nuevas que han crecido innovando en tecnología y mercados porque era –y sigue siendo– muy influyente en universidades de élite en que esas empresas reclutan personal. Así de simple. Y como creen firmemente en la censura de todo lo que “les ofende” imponen esa censura mal disfrazada de neutralidad en las redes sociales. Ya hace mucho que la libertad de expresión pierde batalla tras batalla en grandes universidades de EE.UU. y Europa occidental.
Prevalece la selectiva censura que Marcuse denominó intolerancia “liberadora” Esto era, tolerancia hacia la violencia y corrupción de “la izquierda” e intolerancia y persecución hacia la mera presencia de “la derecha”. Empezó en grandes medios y universidades “progresistas”. Se extendió a la cultura y el entretenimiento. Tomo la política, legislación y regulación. Y tomará –total o parcialmente– cualquier nodo de posible filtro y censura –privado o gubernamental– en que no se le combata activa e incansablemente.
Y las mejores herramientas para combatirlos son ideas difundidas por vías tan dispersas, activas y espontáneas como las que ellos les están funcionando. Con la ventaja de la verdad. Sin la falsedad, censura y violencia socialistas. Ni más ni menos.