
(Foto: Flickr)
Comentaba en mi anterior columna cómo los marxistas se empeñan en que lo que llaman infraestructura, la capacidad de producción, la tecnología y la organización productiva, que intentan infructuosamente explicar como “fuerzas materiales de producción” y “relaciones sociales de producción” –en las que se resume la supuesta “ciencia” marxista de la historia– determinan las ideas y no al revés.
Marx dejó claro creía que “el molino manual te da la sociedad del señor feudal, la máquina de vapor, te da la del capitalista industrial”. La abstrusa dialéctica marxista de fuerzas materiales y relaciones sociales de producción simplemente afirma que no son las ideas las que hacen la tecnología y organización productiva, sino que la tecnología y organización de la que los hombres “se hacen” producen las ideas.
Ahora bien, el orden social a gran escala no es producto intencionado de intereses de clase o grupo alguno. Tampoco es resultado de “fuerzas productivas” misteriosas. Es orden espontáneo, producto de la selección adaptativa de ideas exitosas que la imitación institucionaliza, de la adaptación de los individuos a ese impersonal orden cada vez más libre; nace la creciente especialización, la ciencia y tecnología, la producción a gran escala y la riqueza creciente y generalizada del capitalismo en el mundo real. Es, como explicaba Hayek citando a Ferguson, producto de la acción, pero no de la intención del hombre.
No hay místicas fuerzas históricas. La selección adaptativa en órdenes espontáneos es un proceso conocido. Aunque menos de lo que debería. Es la competencia de las ideas lo que determina el futuro, porque son ideas las que compitiendo en el orden espontáneo del mercado determinaran las capacidades de producción futuras, de las que depende el ahorro que crea el capital para materializar nuevas ideas.
Por eso es asombroso que los revolucionarios socialistas, de Lenin y Stalin a Chávez y Maduro, con sus aliados, propagandistas, activistas y tontos útiles, se empeñen en controlar el relato del pasado y el presente. Creen, como algunas dinastías de faraones egipcios, que quien cuenta la historia como quiere y no como fue, la hace “realidad”. Al menos en las mentes futuras, censurando toda presente referencia a la verdad. De ahí la importancia de la propaganda. Del relato. De controlar en mundo de las ideas.
Saben, contra el propio dogma de su religión totalitaria, que si controlan el mundo de las ideas, con sus muy malas ideas, tarde o temprano controlaran el poder político. Imponiendo mediante el totalitarismo mediante el totalitarismo una inviable economía, que explotará brutalmente lo poco que una sociedad miserable logre producir para concentrarlo en poderío militar y represión. Y así podrán sostenerse por largo tiempo, hasta el inevitable colapso progresivo.
Se suele decir que la verdad es la primera baja en toda guerra. Los marxistas revolucionarios viven una guerra permanente. Es parte de su religión. Y sí, es en ese creencia en encontrarse en un permanente estado de guerra “de clases” que encuentran justificación para vivir en la mentira. Y luchar por imponerla.
Esta actitud explica las guerras y sabotajes imaginarios tras los que encubren, de la ineptitud de sus gestores, a la inviabilidad económica del sistema. El socialismo es desperdicio improductivo, miseria, represión y empobrecimiento material y moral. Excepto para sus pocos privilegiados en burbujas de confort sostenidas con la explotación de mayorías empobrecidas, adoctrinadas y reprimidas.
Si quienes en uno u otro momento han de poner su fe en el socialismo para que triunfe conocieran bien la realidad nunca lo apoyarían. La mentira es tan vital para los socialistas donde gobiernan como en donde no. Viven de mito y propaganda.
Por eso, quienes durante años ignoraron y ridiculizaron advertencias de expertos sobre la creciente fragilidad del sistema eléctrico venezolano, hoy se aferran un guión de película de espías. Es técnicamente posible el sabotaje electrónico de sistemas de control en línea. Es un riesgo de las economías más avanzadas y con ello dependientes de internet para sistemas de control informático de redes como las de energía eléctrica. Nada de eso era necesario para que colapsara un mal mantenido sistema cada día más frágil, cuyas fallas venían ocasionando apagones regionales de días. Llegó el esperable apagón nacional de más de 100 horas. Y el relato es lo importante para la revolución, por ser de su propia invención, pueden ganarlo. Cambiando la triste realidad de su ineptitud, corrupción y miseria moral por su mitología heroica.
Es algo en lo que son de vital importancia los miserables que repitan y magnifiquen la mentira socialista de manera creíble. Lo que Maduro le falta es un Walter Duranty, aquel corresponsal de The New York Times que recibió un Pulitzer en 1931 por ocultar la brutalidad totalitaria de la represión masiva y la pobreza que impuso el totalitarismo soviético desde el principio.
Duranty reportaba desde la temprana URSS un cuento de hadas tras otro. En lugar de la brutal guerra de años contra el campesinado inventó el cuento de hadas de una esplendorosa colectivización angelical. Negó y ridiculizó la hambruna, la miseria y el extermino en Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Y fue elevado a los altares por el The New York Times, la intelectualidad y el resto de la gran prensa. Todavía hoy pretenden “contextualizarlo”, al admitir únicamente las mentiras inocultables, salvando la supuesta “veracidad” del resto. Aunque saben que casi todo era mentira.
De miserables como Duranty está llena historia criminal del socialismo. Maduro tiene muchos, pero de escasa credibilidad. Necesita más. Y necesita alguno con la credibilidad que en su momento tuvo el canalla de Duranty. El escenario está servido en la buena disposición que todavía tiene medios como de The New York Times para sostener la mentira socialista. Aunque hoy la verdad se les cuele por Internet. Y cada vez pueden hacer menos para evitarlo. Con gran esfuerzo son todavía guarida y fuente de falsa legitimidad para defensores de la mentira socialista. Su actual pérdida de credibilidad resultó de amparar tantos Duranty. Pero con negarla creen que desaparecerá.