
Quienes usan como ejemplo a Nelson Mandela generalmente ignoran que jamás condenó la violencia terrorista contra el apartheid. Entendía que asesinaba brutalmente víctimas inocentes de todas las etnias y colores. No lo condenó, porque el apartheid, afirmaba, era un sistema de bestial violencia terrorista institucionalizada del Estado contra el pueblo. Y sí. El apartheid era eso.
La ironía es que su partido pretendía instaurar otro sistema de violencia y terror institucionalizados por un Estado que oprimiría a todos tanto o más que el apartheid. Antes del ascenso al poder del CNA colapsó el bloque soviético bajo el peso de su propia inviabilidad. Mandela entendió que debía dar varios pasos atrás o crearía un desastre como el de Zimbabue. Hizo lo que pudo, pero finalmente Thabo Mbeki se asemeja más a Mugabe que a Mandela.
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Un paso atrás dos adelante. Es lo que el intelectual leninista Heinz Dieterich Steffan proponía al gobierno de Maduro. Optaron por radicalizarse a cualquier costo. Venezuela tenía un PIB de más del doble del actual un año antes de la llegada del chavismo al poder. Producto reducido que en los últimos tres años ha caído cerca de 30 %. El PIB mide principalmente consumo. Considerando el nivel de descapitalización y desarticulación de la estructura productiva. Y el desperdicio de recursos escasos por distorsiones del sistema de precios. La tragedia es mucho peor. Venezuela avanzó hacia el totalitarismo destruyendo una economía mercantilista ya empobrecida, mientras el gobierno adormecía a la población con reparto populista de renta petrolera. La renta se termino y con ella la viabilidad para el chavismo de elecciones universales directas, más o menos abiertas.
La protesta masiva sufre la escalada represiva empeñada en generar violencia asimétrica. La infiltración, la propaganda y la escenificación de falsos positivos es obvia. Pero existe una ocasional violencia brutal en una población empobrecida, desesperada y sin futuro. Mandela diría que, equivocada o no tácticamente, responde a violencia terrorista institucionalizada del Estado opresor. No diría, aunque es cierto, que eso y no otra cosa es todo socialismo revolucionario. Un Estado que empobreció la población hasta la miseria para controlarla. Que en 17 años ha destruido más de la mitad de la riqueza del país y amenaza con destruir lo poco que resta. Un poder ya institucionalizado como sistema de agresión al derecho de propiedad, ahora pretende institucionalizar la tiranía política abierta. Mandela era marxista. Pero entendía a su enemigo. Mejor incluso de lo que entendía a su pueblo.
El problema de la oposición socialista Venezolana agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática es que se niega a entender a su enemigo. Y el resto de la oposición, socialista o no, fuera de aquella alianza –tanto los que entienden al enemigo como los que no– se niegan a entender a su pueblo. Y así estamos. Cuando quienes hoy integran la MUD observaron un Chávez obligado a concederles la victoria electoral en un referéndum constitucional, fueron incapaces de darle contenido político a la victoria. El gobierno si dotó su derrota del contenido político del que podía sacar y sacó todo el provecho posible.
No muy diferente fue el que Maduro se viera obligado a entregar a la oposición el control del poder legislativo, admitiendo su abrumadora derrota electoral. Anular abusivamente mediante el control político del tribunal constitucional al poder legislativo es lo que el gobierno anunció desde el primer día. Incluso desde antes. La oposición parlamentaria simplemente no entendió que era verdad. Que diálogos y negociaciones eran para distraerlos. Y que cuando finalmente admitieran que el objetivo fue, primero anularlos y luego sustituirlos. Que el mecanismo electoral quedaba cerrado. Como parecen haber entendido parcialmente por la espada de Damocles de una constituyente comunal amañada. Ya sería demasiado tarde.
Al gobierno no le molestan los escenarios violentos. Los busca tan activamente con hechos como los condena hipócritamente con palabras. Su constituyente comunal fue diseñada para la Venezuela real en que la oposición está dividida. Están los obnubilados por escenarios matemáticos de las reglas abusivas con la realidad del rechazo masivo al gobierno en que incluso con esas reglas una oposición unificada y activa ganaría la mayoría de esa constituyente. No es el escenario real. Y si milagrosamente se materializara anularían tal constituyente por medios no muy diferentes de los que han anulado al poder legislativo. Y están los que por la obviedad de la ilegitimidad se niegan a ver las implicaciones de una oposición políticamente dividida e ideológicamente cercana al gobierno. Además de infiltrada y en muchos casos comprometida en las corruptelas del poder gobernante. Es la que existe. Como existe un pueblo material, moral e intelectualmente empobrecido hasta la miseria, dividido entre la apatía y la desesperación. Y una dictadura no del todo consolidada que busca su propia institucionalización radical aceleradamente. Una oposición confusa y dividida que ha desperdiciado sus escasas oportunidades políticas reales. Es con lo que cuenta Venezuela.
Nunca el chavismo estuvo tan cerca de cerrar el totalitarismo como hoy. Y por lo mismo nunca tuvo tantas fracturas internas y peligros difíciles de controlar. Nunca la oposición fue obligada a ver tan claramente que el objetivo del poder es hacerlos desaparecer. Y algunos se empeñan todavía en no verlo. Y nunca el pueblo estuvo tan hundido en la miseria y la desesperanza. De esto resulta la quiebra del proyecto totalitario si la oposición encuentra el escenario para reunirse y forzar al gobierno a perder y reconocerle otra victoria que finalmente sí sepa aprovechar. O la quiebra rápida del país. Lo que se niegan a entender los chavistas es que en las condiciones que crearon, su totalitarismo no imperaría sobre la paz de la miseria. Sino sobre la paz de los sepulcros y la violencia de la miseria con un Estado al borde del colapso y una sociedad fallida.